Los símbolos culturales en la vida cotidiana
Imagina a un niño con la camiseta de su equipo de fútbol favorito, tarareando el jingle de un restaurante local o dibujando la bandera de su país en una tarea escolar. Estos pequeños actos cotidianos encierran un significado profundo: son símbolos culturales que ayudan a los niños a construir su identidad y sentir que pertenecen a una comunidad. Incluso una marca de comida rápida puede volverse parte del mundo emocional de un niño. En Colombia, por ejemplo, la popular cadena de pollo frito Frisby ha sido recientemente el centro de una disputa legal internacional: una empresa en España registró el mismo nombre y diseño de la marca, lo que encendió un movimiento de apoyo nacional hacia “lo nuestro”. La posibilidad de que Frisby, con más de 40 años de historia, pudiera perder su nombre en Europa impulsó el patriotismo y movilizó a decenas de empresas colombianas para apoyarlaelpais.com. Competidores directos como KFC, Presto o Buffalo Wings publicaron mensajes solidarios –“Porque lo auténtico no se copia, se respeta” decían en redes socialeselpais.com.co– abrazando simbólicamente al pollo Frisby y reivindicando la originalidad de la marca local. Este fenómeno muestra cómo los símbolos culturales cotidianos (una marca de pollo frito, un equipo deportivo, un plato típico) pueden volverse parte de la identidad colectiva, e incluso de la identidad que un niño en formación asume como propia.
En este blog exploraremos cómo los niños desarrollan su sentido de identidad y cómo eventos externos, como esta disputa de marca nacional, pueden influir en su percepción de pertenencia cultural. Hablaremos desde la psicología del desarrollo y la neurociencia, para comprender el proceso interno de los niños y adolescentes al construir su identidad. También reflexionaremos sobre cómo los adultos –padres y educadores– pueden guiar conversaciones con los más jóvenes en torno a temas de identidad, justicia y pertenencia. Finalmente, brindaremos consejos prácticos para fortalecer el sentido de pertenencia cultural y emocional tanto en casa como en el aula, fomentando en nuestros niños una identidad segura, empática y orgullosa de sus raíces.
Cómo se forma la identidad en niños y adolescentes
La identidad de una persona comienza a forjarse desde muy temprano en la vida. Desde el momento en que nacen, los niños empiezan a descubrir quiénes son y cómo encajan en el mundo que les rodeagood2knownetwork.org. En la primera infancia, el núcleo familiar es el primer espejo donde el niño se reconoce. Los vínculos cercanos con mamá, papá u otros cuidadores brindan las primeras definiciones de sí mismo: “soy querido, soy importante, pertenezco aquí”. De hecho, en la infancia el sentido de pertenencia comienza en la familia, y los niños que se sienten queridos, apoyados y seguros en casa tienen más probabilidades de desarrollar un sentido de pertenencia saludableneuroscenter.com. Las palabras y actitudes de los adultos cercanos (cariño, atención, aprobación) van alimentando la autoestima del pequeño y su sensación de ser parte de algo valioso.
A medida que el niño crece, su mundo social se expande. Empieza a identificarse como miembro de nuevos grupos: la clase del colegio, el vecindario, el equipo deportivo o el club de música. La escuela, los amigos y las actividades sociales pasan a ser escenarios clave donde sigue construyendo su identidadneuroscenter.com. En esta etapa, por ejemplo, llevar la camiseta de cierto equipo o preferir la comida que comen sus amigos no es superficial: para un niño puede significar “quiero ser como ellos, quiero pertenecer”. La cultura local (desde el idioma hasta las comidas y celebraciones) va moldeando también ese sentido de quién es y con qué grupos se identifica. No es extraño ver a niños de primaria muy orgullosos de ser de cierta ciudad, fanáticos de un conjunto musical de moda o defensores apasionados de su plato típico favorito. Todo eso aporta piezas al rompecabezas de su identidad.
Al llegar a la adolescencia, la construcción de la identidad entra en una fase crucial y a veces turbulenta. El psicólogo Erik Erikson describió la adolescencia como la etapa de preguntarse “¿Quién soy yo?”, en la que el joven explora diferentes roles y valores en busca de su propia identidadneuroexeltis.es. Los adolescentes empiezan a experimentar con su imagen y sus creencias, se alejan un poco de la familia y miran más hacia sus pares. De hecho, el grupo de amigos se convierte en fuente principal de influencia, y es común que el adolescente desafíe las normas establecidas por los padres mientras busca su propio espacio y vozneuroexeltis.es. Poco a poco, el joven va negociando entre ser único y auténtico (diferente a sus padres, con su estilo propio) y a la vez pertenecer y ser aceptado por su gruponeuroexeltis.es. Encontrar ese equilibrio no es fácil: necesitan sentirse incluidos entre sus amigos, pero sin dejar de ser ellos mismos. Aquí entran en juego tanto la madurez psicológica como la fisiológica: el cerebro adolescente está en plena reorganización, aprendiendo a integrar emociones intensas con un pensamiento más reflexivoneuroexeltis.esneuroexeltis.es. No es de extrañar que sea una montaña rusa emocional, pero es también un “fascinante viaje de transformación” donde consolidarán muchos aspectos de su identidadneuroexeltis.es.
La neurociencia refuerza la idea de que el sentido de identidad y pertenencia no es un lujo, sino una necesidad fundamental para el ser humano. Estudios con imágenes cerebrales han demostrado que el rechazo social duele literalmente: ser excluido activa las mismas áreas del cerebro que el dolor físicoabc.es. En otras palabras, nuestro cerebro reacciona al aislamiento social como si fuera una herida. Esto tiene mucho sentido desde la perspectiva evolutiva: durante milenios, pertenecer a un grupo significó supervivencia, mientras que ser rechazado podía equivaler a peligroabc.es. Por eso, desde bebés mostramos preocupación por la justicia y la aceptación. Increíblemente, investigaciones revelan que incluso a los 15 meses de edad los bebés distinguen situaciones injustas –por ejemplo, si ven que una persona recibe menos comida que otra– y se sorprenden ante esa desigualdadabc.es. Antes siquiera de aprender a hablar, un niño ya anhela un mundo justo y predecible, donde se le trate con cariño y equidad. A medida que crece, ese anhelo se transforma en valores y en identidad: “soy parte de mi familia, de mi clase, de mi país; aquí me cuidan y yo también defiendo a los míos”. En resumen, el sentido de pertenencia se teje desde la cuna y evoluciona durante la niñez y la adolescencia, pasando de la mano protectora de la familia, al abrazo de la comunidad y los amigos, hasta formar una identidad propia que combina lo individual con lo compartido.
Hablando con los niños sobre identidad, justicia y pertenencia
Los niños suelen sorprendernos con sus preguntas y observaciones cuando ocurren eventos que involucran identidad o justicia. Si un niño escucha en casa la noticia de que “una empresa extranjera quiere quitarle el nombre a Frisby” –o cualquier otra situación que sienta injusta– es muy probable que reaccione con indignación genuina: “¡No es justo!”. Este sentido de justicia casi instintivo es algo positivo que podemos aprovechar para guiar una conversación significativa. ¿Cómo abordar estos temas de identidad, justicia y pertenencia de forma adecuada para su edad, sin asustarlos pero tampoco minimizarlos?
En primer lugar, escuchemos lo que el niño tiene que decir. Pregúntele qué entiende de la situación y cómo se siente al respecto. Tal vez exprese enojo (“eso está mal, Frisby es nuestro”), o quizá confusión (“¿por qué alguien le pondría el mismo nombre?”). Hay que validar sus sentimientos y mostrar apertura: “Entiendo que te molesta; a mí también me parece injusto”. Los expertos recomiendan abordar estas conversaciones con mentalidad abierta y deseo de comprender, dejando que el niño exprese sus ideas y haciendo preguntas si algo no nos queda clarowashburn.org. Por ejemplo: “Te oigo decir que copiar está mal, ¿qué piensas que debería pasar ahora?”. Al escuchar activamente, les demostramos que sus opiniones importan y que es seguro hablar de cualquier tema, por complejo que parezca.
A continuación, podemos explicar la situación en términos sencillos y veraces. En el caso de Frisby, por ejemplo, se puede decir: “Frisby es una marca colombiana que queremos mucho. Otra empresa en España usó el mismo nombre y logo sin permiso, y eso ha hecho sentir mal a mucha gente aquí porque Frisby es especial para nosotros”. Es importante destacar los valores en juego: la originalidad, el respeto a lo ajeno, la justicia de proteger lo que una comunidad siente como propio. Podemos mencionar que existen leyes para evitar copiar marcas (introduciendo el concepto de normas y justicia legal) y que la situación se está resolviendo por la vía correcta (los tribunales), lo cual enseña que los conflictos pueden manejarse de forma pacífica y justa.
Durante la conversación, también es útil conectar con otros ejemplos que el niño entienda: ¿Ha ocurrido algo parecido en su entorno? Por ejemplo, “¿recuerdas cuando en el colegio dos equipos querían usar el mismo nombre y tuvieron que solucionarlo hablando con la profesora?” o “es parecido a cuando alguien te copió un dibujo y te molestó, ¿verdad?”. Relacionar con sus experiencias les ayuda a procesar mejor el concepto. Además, si el tema toca la pertenencia cultural, aproveche para preguntarle qué cosas siente él/ella como parte de su identidad: “¿Qué es algo que te guste mucho de ser colombiano/a (o de tu cultura)? ¿Cómo te sentirías si alguien dijera que ya no puedes usar eso?”. Esto les hace reflexionar sobre por qué nos importan tanto nuestros símbolos.
Algo fundamental es transmitir un mensaje de respeto y empatía, incluso hacia quienes están del “otro lado” del conflicto. En nuestro ejemplo, podemos aclarar que no todos los españoles son malos ni mucho menos; aquí el problema es con una empresa específica. Así evitamos que los niños conviertan el orgullo en hostilidad hacia otros grupos. Podemos decir: “Está mal copiar, y por eso muchas personas defienden a Frisby. Pero no vamos a odiar a nadie; solo queremos que se haga justicia”. Este matiz enseña justicia sin caer en prejuicios.
Finalmente, invitemos a los niños a pensar soluciones o acciones positivas. ¿Qué se puede hacer ante una injusticia? Quizá el niño proponga ideas creativas (¡“que todos digan en internet que eso está mal”!, “¡que hagamos un dibujo de apoyo!”). Podemos canalizar esa energía en algo constructivo: escribir una carta (aunque no se envíe, el gesto cuenta), participar en una actividad escolar relacionada, o simplemente aprender más del tema juntos. También podemos mencionar que así como apoyamos lo nuestro, es importante ser honestos y justos en nuestro día a día: no copiar tareas, compartir con los amigos, defender a alguien que sufre una injusticia en el colegio. Conversar sobre cómo cada uno de nosotros puede combatir la injusticia en pequeña escala –por ejemplo, evitando el bullying o alzando la voz cuando algo no es correcto– ayuda a los niños a sentirse empoderados y coherentes con los valores que defiendenwashburn.org. En resumen, hablar de identidad, justicia y pertenencia con los niños requiere escuchar con empatía, explicar con claridad y vincular los grandes temas con valores y acciones cotidianas. Estas charlas, dadas con calidez y sinceridad, siembran en ellos semillas de conciencia, orgullo sano y respeto por los demás.
Consejos prácticos para fomentar el sentido de pertenencia cultural
Después de entender la teoría y la importancia de estos temas, pasemos a la práctica. Tanto en el hogar como en la escuela podemos implementar pequeñas acciones diarias que fortalezcan en los niños su sentido de pertenencia cultural y emocional. Aquí ofrecemos algunas ideas concretas para padres, madres y docentes.
En el hogar
- Comparte historias familiares y culturales: dedica momentos para contar a tus hijos anécdotas de sus abuelos, de dónde viene la familia, cómo crecieron los padres, o leyendas y cuentos de tu región. Conocer sus raíces ayuda a los niños a entender quiénes son y de dónde vienen. Hablar de la historia familiar y cultural –incluyendo las dificultades superadas y los logros alcanzados por sus antepasados o héroes locales– fortalece su orgullo y resilienciawashburn.org. Por ejemplo, contar cómo los abuelos trabajaron por sacar adelante a la familia, o cómo un personaje histórico defendió a la comunidad, les enseña el valor de su herencia.
- Celebren tradiciones juntos: involucra a tus hijos en las fiestas y rituales tradicionales. Pueden preparar juntos platos típicos en las fiestas (amasar arepas, hacer buñuelos en Navidad, etc.), cantar canciones tradicionales o vestir trajes típicos en ciertas celebraciones. Explícales el porqué de cada tradición de manera sencilla y alegre. Estas experiencias sensoriales –los sabores, la música, los colores de la cultura– crean recuerdos positivos y asocian la cultura propia con momentos de amor y diversión en familia.
- Participen en eventos culturales y visitas: si hay un desfile, festival, feria o museo en tu ciudad relacionado con la cultura local, asistan en familia. Ir a un museo del niño o de historia, a una presentación de danzas folclóricas, o a la feria del libro local, por ejemplo, expone a los niños a su patrimonio cultural de forma entretenida. Ver otros niños y adultos celebrar lo propio les refuerza la idea de comunidad. Además, estas salidas ofrecen la oportunidad de dialogar: “¿Qué fue lo que más te gustó de la fiesta? ¿Sabías que esa canción la cantaban tus bisabuelos?”. La idea es que el niño viva su cultura con orgullo y naturalidad, en compañía de sus seres queridoswashburn.org.
- Fomenta símbolos culturales en casa: incorpora pequeños detalles del país o región en el hogar. Puede ser tener una bandera o algún adorno artesanal visible, cocinar la receta de la abuela los domingos, enseñarles a los niños modismos locales o palabras en la lengua indígena de la zona si la hay. No se trata de ser solemnes todo el tiempo, sino de hacer del hogar un lugar donde lo cultural esté presente con cariño. Por ejemplo: un juego de mesa sobre la geografía o historia del país, películas o cuentos infantiles ambientados en tu cultura, etc. Cuando los niños ven que sus padres valoran esas cosas, ellos también las incorporan a su identidad de forma positiva.
- Abraza la diversidad con mente abierta: aunque suene paradójico, una forma de fortalecer la identidad cultural es enseñando a respetar y apreciar otras culturas. Si un niño conoce solo “lo suyo” podría verlo como lo único bueno, pero si desde pequeño ve que sus padres disfrutan también de comidas de otros países, que leen cuentos de otras latitudes o tienen amigos de distintas nacionalidades, aprenderá que amar lo propio no significa menospreciar lo ajeno. Por ejemplo, en casa pueden tener “noches del mundo” donde prueben un plato de otro país o vean una película de otra cultura, y conversen sobre las diferencias y similitudes con la propia. Así, el niño se sentirá seguro de sus raíces, sin temor a lo diferente, y desarrollará empatía hacia otras identidades. Esto le da una pertenencia cultural abierta, no cerrada en el chauvinismo.
En el aula
- Crear un ambiente inclusivo y respetuoso: los docentes pueden establecer desde el inicio del año escolar la idea de que “en esta clase, todos importamos y todos aportamos”. Mostrar interés por las historias de cada alumno (su familia, su barrio, sus costumbres) hace que cada uno se sienta valorado y aceptado. Se puede dedicar un espacio a que, gradualmente, cada niño comparta algo sobre su identidad –por ejemplo, un Show and Tell cultural: que traiga un objeto, foto o canción que represente algo de su familia o comunidad y lo presente a sus compañeros. Esto no solo fortalece el sentido de pertenencia individual (“mi clase me reconoce y respeta”), sino que educa a todos en la diversidad. Los demás niños aprenden a escuchar y apreciar las diferentes procedencias y culturas presentes en el aula. El mensaje clave es: todos somos diferentes y eso está bien; aquí, esas diferencias nos enriquecen.
- Incorporar la cultura local en el currículo: más allá de las asignaturas formales, un docente puede integrar elementos de la cultura de los alumnos en las actividades. Por ejemplo, en clase de lectura elegir cuentos infantiles ambientados en su país o región, en ciencias mencionar ejemplos locales (animales de la zona, plantas tradicionales), en estudios sociales hablar de héroes nacionales o celebraciones patrias, pero de forma interactiva. Una idea es organizar un pequeño proyecto de investigación cultural: dividir la clase en grupos para que investiguen sobre símbolos nacionales (la bandera, el escudo, una comida típica, un baile tradicional) y luego los presenten creativamente (con dibujos, mapas, maquetas). Al aprender el significado de esos símbolos, los niños los sentirán más cercanos y propios. Por ejemplo, no solo memorizar la fecha de la independencia sino contar la historia como una aventura, o aprender una danza folclórica sencilla en educación física. Cuando la cultura deja de ser un dato y se vuelve una vivencia, el niño internaliza ese orgullo de pertenecer.
- Literatura y materiales diversos: así como en casa es bueno exponer a los niños a la diversidad, en la escuela también. Asegúrate de incluir libros, imágenes y ejemplos en clase que reflejen distintas culturas y etnias, incluyendo la de tus alumnos. Los niños se sienten muy bien cuando se ven representados en un cuento o en un póster del aula (“¡Mira, ese niño se parece a mí o a mi familia!”). Asimismo, también es valioso que vean representadas otras culturas para cultivar respeto. Por ejemplo, leer historias con protagonistas de orígenes variados, y luego discutir en grupo qué cosas de esos personajes son diferentes a nosotros y en qué nos parecemos. Estas conversaciones guiadas ayudan a que los estudiantes noten que, aunque cambien la comida, el idioma o el aspecto, todos los seres humanos comparten sentimientos y valores (todos se ríen, todos se preocupan por su familia, etc.)washburn.org. Este tipo de actividad refuerza el sentido de pertenencia a la humanidad a la vez que valida la identidad de cada niño.
- Rituales y proyectos que unan al grupo: construir tradiciones dentro del aula puede dar un fuerte sentido de pertenencia a los estudiantes. Puede ser algo sencillo como tener un saludo especial cada mañana (por ejemplo, un coro de la clase, o una ronda rápida donde cada uno diga cómo se siente), celebrar los cumpleaños de forma colectiva, o crear un mural trimestral con fotos o trabajos de todos. Un ejemplo hermoso es el “árbol de la identidad”: cada niño lleva una hoja de papel recortada con su nombre y un dibujo que lo represente, y juntos pegan sus hojas en un árbol pintado en la pared, simbolizando que “somos diferentes pero estamos en el mismo árbol”. Actividades colaborativas –desde hacer un afiche hasta plantar un jardín escolar– fomentan la colaboración y solidaridad, haciendo que los niños se vean a sí mismos como parte de un equipo donde cada uno es importante.
- Abordar inmediatamente cualquier atisbo de exclusión: si en el patio de recreo o en clase surge alguna burla, apodo ofensivo o aislamiento hacia un niño por su origen, acento, apariencia, etc., el docente debe intervenir con tacto pero firmeza. Es una oportunidad de educar en valores: conversar con el grupo sobre por qué esas actitudes lastiman (recordando que el dolor de la exclusión es real) y promover la empatía: “¿Cómo te sentirías tú si se burlaran de algo tuyo? Todos merecemos respeto”. A veces una dinámica como “el amigo secreto” enfocado en integración (que cada uno diga algo positivo del compañero que le tocó) puede ayudar. Lo importante es crear una cultura de aula donde los propios niños se apoyen entre sí y no toleren la injusticia o la burla. Cuando un alumno siente que sus compañeros y maestros lo respaldan y valoran tal como es, desarrollará un sentido de pertenencia fuertísimo que puede marcar la diferencia en su autoestima.
Conclusión: creando un sentido de pertenencia positivo
En la aventura de la infancia y la adolescencia, forjar una identidad sólida y un sentido de pertenencia saludable es un pilar fundamental para el bienestar presente y futuro de nuestros niños. Hemos visto cómo, desde gestos tan simples como saborear la comida típica de la abuela o cantar el himno del equipo local, hasta debates nacionales sobre una marca de pollo frito, todo cuenta en la construcción de quiénes somos. Los niños absorben de su entorno señales sobre qué valorar, a quién pertenecer y cómo ver el mundo. Por eso, como adultos, tenemos la hermosa responsabilidad de ser guías y modelos en ese camino: celebrando con ellos sus raíces, escuchando sus inquietudes sobre justicia e identidad, y brindándoles herramientas para navegar un mundo diverso con el corazón orgulloso pero abierto.
Cuando fortalecemos el sentido de pertenencia cultural y emocional de un niño, le estamos dando algo más que conocimiento sobre tradiciones o historia. Le damos seguridad emocional (“soy parte de algo, no estoy solo”), autoestima (“mi cultura y mi persona valen la pena”) y empatía (“puedo apreciar a otros sin dejar de apreciar lo mío”). Un niño que crece sintiéndose arraigado en su familia, en su comunidad y a la vez respetuoso de la diversidad, será un adulto más feliz, confiado y justo. En un mundo cada vez más globalizado, donde las identidades se encuentran y a veces chocan, cultivar en las nuevas generaciones un sentido de pertenencia positivo es sembrar paz y comprensión para el mañana.
Al final del día, todos los padres y maestros deseamos ver a nuestros niños con una sonrisa de orgullo cuando hablan de quiénes son y de dónde vienen. Que sepan saborear un plato típico con gratitud, que canten su canción folklórica favorita a todo pulmón, que defiendan lo que es justo sin temor y que también tiendan la mano al diferente con curiosidad y respeto. Identidad y pertenencia en la infancia van de la mano; son el hogar interno desde donde nuestros hijos podrán salir al mundo con confianza en sí mismos. Construyamos juntos ese hogar, día a día, con cada historia compartida, cada tradición celebrada y cada conversación sincera. Como dice un conocido refrán, “para criar a un niño hace falta la tribu entera” – seamos esa tribu amorosa y consciente, para que cada niño sepa que pertenece, que es único y a la vez parte de algo más grande que él, algo que lo acoge y le da fuerzas: su familia, su cultura, su humanidad. ¡Ese es el regalo de identidad que durará toda la vida!
Fuentes consultadas: La batalla legal de Frisby y el sentimiento de unidad nacionalelpais.comelpais.com.co; Neurociencia y desarrollo del sentido de pertenencianeuroscenter.comneuroscenter.com; Erikson y la identidad adolescenteneuroexeltis.es; Importancia de grupo de pares en adolescencianeuroexeltis.es; Estudios sobre dolor social y necesidad de pertenenciaabc.es; Desarrollo temprano del sentido de justiciaabc.es; Consejos para diálogo y orgullo cultural en niñoswashburn.orgwashburn.orgwashburn.org.